Seguro que Montero Glez ha leído a Bukowski y más seguro todavía que Bukowski se está secando sin haber sabido quién es Montero Glez. A Montero Glez, seguro, no hay que contarle que Cartero es una más de Bukowski, esto es, una historia sin principio y sin final, sin que tenga por qué suceder nada y con una forma de contar limpia del más mínimo arabesco.
A Bukoswi ya es tarde para traducirle la Sed de champán de Glez, que es orfebrería pura de las cosas del contar, una catedral barroca levantada con chapas, cartones, arena afanada de otras obras y hierros barnizados de tétanos. Bukowski se cansaría a veces de tanta imaginería, que te llega a hacer la lectura pastosa, y quizá también, como yo -él borracho, yo sobrio- perdería por momentos el hilo de la trama, desubicado en aquella pasta de imágenes y en un desarrollo del argumento al molde de Crónica de una muerte anunciada.
Bukoski y Montero Glez gustan de lo sórdido y lo bajo. A Montero le pirran los toros, y bien que lo refleja en su ópera prima. Si Bukoski llega a haber nacido en Madrid o en El Puerto de Santa María, estoy seguro de que Chinaski también haría la luna, como el Charolito.
Por si alguno se ha quedado con sed de champán, ahí van dos chupitos:
–De frente por detrás
Ella voltea, regalándole la espalda desnuda y soberbia, la cintura de avispa, el dibujo de los glúteos hecho adrede para sumergirse en él. «Ya que pecamos, pequemos contra natura, compadre». Acerca la punta de la lengua primero y, de un golpe seco, lo consigue de una vez. Ahora su voz es nasal, pegajosa (…)
–A volapié
(…) de puro rencoroso se le va encima y le carnea a navajazos. Son cuchilladas profundas, hasta donde pone Albacete. Cuchilladas que entraban hasta los adentros y que salían ensangrentadas. El Tinajilla cose el cuerpo del Flaco a la camisa, aquella de gusano de seda. Y el Flaco que se retuerce como un pez que ha mordido el anzuelo (…)